Y por fin consigo entrar en este parque de atracciones de locura dejándome llevar por mi euforia intrínseca sacando mi fuerza interior como rugidos exasperados y deseosos de ser escuchados.
Por fin, decido sin pensar montarme en esta lanzadera al vacío cubierta de arneses de confianza y disfrutar de la libertad de volar aunque sólo sea por dos segundos y medio, hasta que pongo los pies en la tierra. Es cuando nada más bajar de la atracción, me planteo volver a montar, llevada por el ansia de querer más, más y más, de volver a disfrutar al máximo otra vez de esa sensación aunque sean sólo dos segundos y medio. Es conocer la plenitud.