
Sí, se puede. Definitivamente…
Acabo de llegar de vacaciones, me estoy incorporando al trabajo y no dejo de sentir esa felicidad que se siente cuando te sientes plen@. Una plenitud de la que me he rodeado durante estos 15 días que he pasado. Me he podido bañar en alegría, risas y felicidad. Disfrutando momentos, acariciando emociones, respirando bienestar…
¿Sabes ese momento en el que te da todo lo mismo, no tienes vergüenza y eres tú completamente? Así me he sentido y me siento cuando me rodeo de mi gente. Pierdes la noción del tiempo de tal manera que no existen ni relojes ni horarios de comidas ni disciplina, sólo la que nosotros marcamos. De repente, te acuerdas que tienes que comer para subsistir y seguir disfrutando, pero a veces, las risas son tan completas que te olvidas hasta de tus necesidades fisiológicas.
Y sí, estas vacaciones las necesitaba más que nunca y no por la cantidad de trabajo previo ni por estrés si no porque tras volver, me he dado cuenta que han sido unas vacaciones muy especiales donde necesitaba volver a vivir el mundo de las emociones en todos los sentidos. Y es que me siento resplandeciente cuando siento que soy yo misma, cuando soy capaz de disfrutar cada segundo como si no pasase el tiempo. Aún recuerdo el primer día cuando llegué con Cristina y Marta a Calpe. No nos creíamos estar en ese paraíso, y más sabiendo que estábamos solas. Que podíamos hacer juntas lo que nos diera la gana, lo que nos apetecía sin que nadie nos viera, sin miedo a pasar vergüenza ni nada de eso. Si no ser espontáneas y lanzarnos a la aventura. Una aventura que se ha ido nutriendo con experiencias y momentazos que quedarán en el recuerdo futuro, anécdotas inolvidables de aquellas cosas que nunca harías pero que acabas de hacer y aún estás riéndote de la emoción y te reirás…