Han pasado 8 días. Siento un nudo en el estómago, un nudo que encoge mi corazón. Como si estuviese haciendo ejercicio constante de superación personal mientras sujeto un muro de carga interior a punto de derribarse. Una tensión constante que me hace decir: «Soy fuerte, yo puedo.»
Y es cuando me doy cuenta que mi cabeza está echando un pulso al corazón tratando de ir por delante, razonando cada sentimiento porque a veces creo que si no existiesen los sentimientos sería todo más fácil. Luego recapacito y me doy cuenta que me aporta mucho más «sentir» , tanto los momentos buenos como los malos, pues en su combinación está el aprendizaje y el crecer como persona.
No puedo evitar «dejar de pensar», dejar de sentirme desgarrada, dejar de echarte de menos.

El precio de los sentimientos